"Esta noche tomaremos una copiosa cena, beberemos los más caros brebajes y gastaremos todo el dinero que tenemos para así procurarnos todo el lujo y divertimento que merecemos. Total, mañana seremos pobres..."

viernes, 25 de abril de 2014

MEDIA HORA

La habitación estaba hasta arriba de libros, casi tapizada por ellos, además de por otros objetos que bucólicamente evocaban a otras épocas y lugares. Apenas sí se veía, pues la tenue luz amarillenta de un escaso candil servía de única iluminación mientras tintineaba aferrándose inútilmente a sus últimos minutos de vida. Un hombre de avanzada edad estudiaba con una desfasada lupa unos legajos de papel que, por su aspecto, más se asemejaban a viejos papiros del antiguo Egipto. En ese momento entró una niña, que parecía no terminar de encajar con el resto del conjunto de la habitación. Era demasiado mayor para llamarla niña pero aún demasiado joven para llamarla mujer. -Abuelo, es algo tarde…deberíamos irnos a dormir…-Dijo la niña con cariño al hombre que había sentado al escritorio. -Dame media hora, cariño, ¡he encontrado algo muy interesante! -¿Sí? ¿Puedo verlo?-Inquirió la niña con curiosidad. El hombre mayor reprimió una sonrisa y dijo a su nieta: -¿No te ibas a dormir?-A lo que la niña respondió con complicidad: -Solo será media hora… Ambos sonrieron traviesamente. El anciano hizo un sutil gesto con la mano y la niña se acercó rápidamente. -Mira…-Dijo él.-Revisando estos viejos papeles he encontrado algo curioso. El anciano enseñó a su nieta una amarillenta página arrancada de un libro. -¿Qué tiene ese papel de especial?-Preguntó la niña algo decepcionada con el asunto. -Oh, verás, se trata de una página de “El Castillo de Otranto” de Horace Walpole, pero eso no es lo curioso, fíjate: alguien ha aprovechado el espacio que queda al final del capítulo para anotar algo. -¿Y qué han anotado?-Preguntó la niña con curiosidad. -Pues el título de un vinilo y un precio…-En ese momento los vidriosos ojos grises del anciano parecieron llenarse del fulgor y la ingenuidad de la juventud.-Mira el precio. La niña hizo lo que su abuelo le dijo y, al verlo bien, abrió desorbitadamente los ojos y se volvió hacia él. -¡Vaya! ¡Quienquiera que tenga ese vinilo se va a hacer rico! -Yo lo tengo.-Dijo el anciano complacido.- ¿Y sabes qué? Hoy debe de valer mucho más ese vinilo, pues esta edición del libro tiene muchos años ya… -Entonces, ¿Piensas venderlo?- Preguntó la niña eufórica. -¡Es un montón de dinero! -No.-Dijo el anciano con una sonrisa de satisfacción.-Rara vez un coleccionista como yo puede llegar a tener en su colección una pieza tan curiosa. Lo que sí voy a hacer de inmediato es buscar el vinilo y lo vamos a escuchar tú y yo a ver qué tiene de particular. Después de un rato inspeccionando una de las estanterías, el anciano sacó un vinilo con una oscura imagen de una rosa tallada en ébano en la portada. -Este es…-Dijo el anciano otorgándole a su voz un solemne pero fingido halo de misterio. La niña observó sobrecogida cómo su abuelo colocaba cuidadosamente el disco sobre la pletina y, después de haber seleccionado la velocidad adecuada y haber dado unas vueltas a la manivela, depositó con milimétrico acierto la aguja sobre los surcos del gastado disco que ya empezaba a girar. Al principio hubo un breve silencio, adornado por los nostálgicos sonidos y crujidos que la aguja producía al acariciar la superficie del vinilo. Poco después comenzaron a sonar las notas de una delicada pero inquietante melodía que parecían producidas por algún tipo de sitar. Ambos se miraron complacidos, aunque ciertamente ocultaban algo de inquietud derivada de la desasosegadora melodía. De pronto comenzó a oírse algo más, los dos se dieron cuenta enseguida y el anciano frunció el ceño incrédulo de lo que oía. -¿Eso es…la voz de un hombre…gritando?-Preguntó asustada la niña. -¡Bueno…!-Dijo el anciano tratando de restarle importancia a la situación, mientras quitaba el disco.-¡Creo que esa media hora ha pasado ya. Sube a dormir cariño! La niña protestó primero pero al ver que de poco le servía, dio media vuelta y subió temerosa a su habitación. El extraño sonido que había oído permanecía aún en su mente, y tardó unos minutos en dormirse. Habría pasado poco más de media hora cuando la niña oyó de nuevo la melodía y el espectral lamento de aquel hombre. Se incorporó de un salto y escuchó el sonido, que venía del despacho de su abuelo. Sin pensárselo dos veces saltó de la cama para ir a ver qué sucedía. El sonido del lamento de aquel incorpóreo hombre se escuchó esta vez dentro de la habitación de la niña. Ésta, se detuvo petrificada. El gélido aire de la noche abrió de par en par las ventanas y meció violentamente las cortinas mientras el pálido azul de la luna confería un fantasmal aspecto a la habitación. Cuando la niña se dispuso a seguir, se topó de frente con una intangible sombra tan oscura como la oscuridad misma. La niña retrocedió aterrorizada y la sombra abrió, amenazante, lo que parecían ser unas fauces y profirió más alto que nunca aquel estremecedor gemido. Un escalofrío recorrió de arriba abajo la columna vertebral de la niña y, cuando la sombra ya estaba encima, incrementándose cada vez más su lamento y acercando una de sus garras hasta tocar la frente de ésta, entró por la puerta el anciano y agarró con las dos manos al etéreo y neblinoso ser, que parecía deshacerse parcialmente al tacto. El anciano, con renovado vigor, sujetó fuertemente a ese espectro o demonio y cuando parecía que este iba a escapar, agarró con sus dos manos la cabeza del espantoso ser y apretó con todas sus fuerzas. De pronto la cabeza se desvaneció como un líquido más espeso disolviéndose en agua y la música y el lamento cesaron. La niña, amedrentada, todavía contra la pared hacia la cual la había hecho retroceder esa aterradora criatura, miró a su abuelo y le preguntó con un hilo de voz: -¿Qué era eso…? El anciano le guiñó un ojo y se marchó por la puerta. La niña, extrañada, bajó aprisa las escaleras y cuando llegó al despacho de su abuelo, lo encontró con la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de la silla donde estaba sentado. Toda la habitación estaba bañada ahora de un espectral azul que provenía de la luz de la luna que conseguía filtrarse por la pequeña ventana junto a la estantería. Ya no estaba bañada la estancia por ese mortecino ocre de la llama de la vela, pues esta se había apagado hacía al menos media hora…


Ilustración original "Half an Hour" de Alex Slevin